Danzar como los caballitos de mar es una aventura bien linda que puede parecerse a un poema de Aquiles Nazoa o a una fiesta escolar coloreada en una pequeña hoja de papel que vuela en dirección al Sol en una tarde cualquiera de Febrero.
Es que CAÑO AMARILLO se ha vuelto una danza de muchachos que todos los días tienen algo que decirle a la gente. Es que esos carajitos no se cansan de darle vueltas a ese pequeño mundo que es la imaginación, es que el movimiento se ha convertido en símbolo del ritmo y en el acompañamiento de las melodías surgidas del infinito encanto del espacio azul.
Es que Raquel tiene un pequeñito grupo de saltimbanquis que vuelan como los grillos cruzando el salón mágico del tiempo bebiéndose el anaranjado de las tardes bonitas de Caño Amarillo.
De manera que la media tarde se convierte en una niña-mariposa y el cuerpo se le hace un detalle del imaginario rítmico del pequeño grupo que danza sus primeros pasos como símbolo de querer volar alguna vez para atrapar nubes más allá de la melodía que crece los niños.
Comenzaron las clases de danza y con ella se nos llenó el corazón de pisadas suavecitas como si estuviéramos en una escuela de imágenes repetidas que mueven al cuerpo un, dos, tres hacia cualquier lado y con la punta del pié se sostiene el sueño de ser alguna vez un colibrí de celofán y un ala de colores que le sonríe a la paz.