Esa tarde cuando llegamos a la estación San Agustín del Metrocable nos encontramos con la sorpresa de que el anfiteatro estaba lleno de muchísima gente que estaba presenciando los actos conmemorativos del primer aniversario del sistema, la mayor parte de los espectadores eran niños y niñas que jugaban al circo como si el circo fuera una gran carpa de flores. Era que ellos fueron los primeros habitantes de las cajitas rojas que los suben al techo de la ciudad a recoger nubes y a sembrar góticas de agua para que el cielo se vea mas azul y mas bonito.
Conchale, Era que que esos carajitos se hicieron los pilotos de esas pequeñas naves donde todos los días salen a cazar el humo de las palabras que se les escapa a la gente allá abajo. Se trata sencillamente de que los niños y niñas hicieron del Metrocable el mas maravilloso espacio para encontrarse con lo mágico y con lo absurdo de una ciudad que crece con ellos desde el cielo.
Entonces, de entre tantos actos del aniversario, surgieron de la multitud unos pequeños personajes llenos de colores por todos lados como si se hubieran bañado en una cascada de arco iris, como si los Zaragozas hubieran tomado el escenario multicolor de la primera velita del Metrocable y ellos fueran el mas hermoso acto del día.
Era que Luis Silva y sus Estrellitas habían llegado a San agustín repartiendo colores y ese delicioso encanto de la luz que emana de la alegría de sus muchachos, desde ese momento la tarde se hizo Zaragoza y todos danzamos ese maravilloso ritual de lo humilde de los niños y niñas, de lo sencillo de esas tradiciones que nos llenan de país.
Desde entonces el baile dejó esa hermosa sensación de haber vivido un momento bonito junto a los verdaderos fundadores de esas perolitas rojas que vuelan como papagayos inventados para hacerle mas corto el camino a las personas que dejarán de ser pobres cuando reconozcan que sus hijos nacieron para ser felices, porque la revolución es la poesía de lo posible.
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