El domingo parecía un muchachito de pantalones cortos, un domingo brillante como el Sol y alegre como el patio de una escuela a la hora del recreo, es que era un día para crear, para inventar cosas y para compartir con la familia el mismo aire de todos los días, pero mas bonito.
En el salón de lectura todo estaba dispuesto para que los niños que vienen a la plaza pasaran un rato leyendo cuentos y dibujando los mismos cuentos que nos contamos como si fuera un día de fiesta en compañía de muchos libros, es que estos libros cuando son bien tratados nos pueden decir mucho de esas aventuras hermosas que han vivido las personas que las escriben.
Y así, en la paz del domingo, se presentaron los carricitos de la Casa Amarilla y se armó el jaleo con los cuentos y los títeres y les contamos los cuentos que querían e hicimos de esta actividad un pequeño cuento que creció desde ellos como si fuera un suceso contado por ellos mismos.
Y el pequeño caimán de quién sabe en que parte del Orinoco vive, nos sirvió de oportunidad para hacer de la tarde un río donde los niños sumergieran sus sueños y nos contaran cómo era ese caimán que vieron en el cuento y como carrizo se hacer para que los dibujos que hicieron los muchachos se parezcan mas a un caimán amigo y parecido a ellos, que un pobre caimán huraño que no es capaz de ganarse a los carajito para jugar con ellos mientras crece.
Siguieron llegando niños y en el corazón de la sala Manuelita Sáenz siguieron los encuentros con los libros y todos leyeron como si estuvieran de acuerdo en preguntarle al tiempo en que paginas de esos cuentos se encuentran los sueños que cruzan de un lado a otro de su imaginación para hacer florecer las canciones que todos los días los hacen ser diferentes.
Había muchachos por todos lados, incluyendo a los jóvenes de la UNEFA que acompañaron desde la Casa Amarilla a los pequeños embajadores de las tremenduras que alborotaron la cesta de títeres y los hicieron cómplices de cada disparate que se inventaron detrás del teatrino, de cada diálogo de cosas que le sacaron a los muñecos para darle vida a unas figuras que han significado siempre una sonrisa para la vida.
Aunque casi todos dibujaron su caimán no fue suficiente con llenar la hoja de garabatos, era necesario convencer al caimán de que él era otro niño invitado a una pequeña feria de travesuras donde todos eran del tamaño de cada quién.
Así transcurrió esta tarde tranquila llena de flores y de poesía. Llena de sonrisas y de madres felices porque sus hijos tuvieron un encuentro con la lectura y porque leer fue la aguja de este reloj del domingo que nos marcó la hora exacta del tiempo bonito de un hermoso día.
Allí quedó Carmen Cristina con su cansancio de palabras, con su ir y venir de allá para acá y con su sonrisa de viento atrapando las cosas que se quedaron enredadas entre los recovecos de una tarde que se fue detrás de los muchachos y Otro día cruzó por el salón y todos fueron felices.
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