La sala de lectura se hizo tan pequeña, pero tan pequeña, que todos los animalitos que trajo Eduardo López no cabían ni en el corazón de los muchachitos que vinieron con Carmen Cristina desde la vieja Biblioteca Nacional en San Francisco sitio donde queda su refugio temporal.
Que si los pollitos dicen pío pío, que si los gallitos dicen kikiriki, que si los perritos dicen guao, guao , que si el pato y la guacharaca, que si esto y que si lo otro...en fin, por eso debe ser que le dicen el Poeta del Morralito y se llama Eduardo López otro carajito mas.
Guitarra en mano Eduardo hizo de la tarde un pequeño zoológico de canciones que echó a volar como si fueran mariposas transparentes, como si cada muchachito tuviera entre sus manos muchas cosas que contar y cantar de las canciones del poeta.
Era que Eduardo se apoderó de la atención de todos nosotros y nos hizo formar parte de su pequeño mundo de cosas donde lo mas importante eran esos carajitos tremendos que lo rodearon en un circulo de poesía bien bonito como si estuviera rodeado de flores y de canciones.
Sacó del fondo de la guitarra un pequeño Sol Amarillo de sueños y y lo escondió como si fuera un secreto y llenó de luz las canciones que coreamos todos en complicidad con Rosaura y Carmen Cristinas y la tarde se hizo niña y todos nos sentíamos dueños de ese hermoso cuento que estábamos viviendo en la pequeña sala de chocolate de la plaza Bolívar.
Y así fue como el Poeta del Morralito nos metió en el fondo de su guitarra y nos hizo viajar por el país de las palabras en un trencito de la ruta RUTA DEL ARCO IRIS en un maravilloso viaje de canciones y de risas que aún hoy llevamos con nosotros como un trofeo fuera de la rutina de colores de las tardes bonitas.
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